Pesca Artesanal
La pesca artesanal fue por mucho tiempo un instrumento de subsistencia y de esencial pertenencia con la identidad, la cultura y lo cotidiano nativo de toda la región de Tibau do Sul.
Las familias tradicionales en su gran mayoría sobrevivieron y se reprodujeron sacando su sustento a través del conocimiento ancestral de la pesca, ya sea la pesca de línea en la orilla del mar, con red en marea seca sobre los corales, con arpón buceando, de corrido navegando aguas profundas, en los corales antiguos o buscando en aquellos sitios donde se esconden pulpos, morenas y langostinos. Navegando en bote a vela o pescando entre piedras y corales, el rico conocimiento marítimo dio vida y longevidad al pueblo de esta tierra.
Preocupantemente, en las últimas tres generaciones este conocimiento se está perdiendo debido a una serie de factores provenientes del progreso y la modernidad. Con la llegada del turismo y de otras actividades económicas que fomentan la región debido al boom turístico, los hijos de pescadores, y muchas veces ellos mismos, al poder cambiar de vida y ganar dinero de forma menos árdua, optan naturalmente por esa mejoría de vida. Muchos hicieron dinero con la venta de tierras y se retiraron, otros invirtieron el dinero de la venta de tierras en otros negocios, muchos pescadores de ayer, hoy trabajan con paseos de barco o lancha con sus hijos. Muchas veces los hijos son incentivados a estudiar y obtener estudios superiores yendo a vivir en un centro urbano y así perdiendo el vínculo con el mar.
Algunos pescadores más antiguos también acaban sufriendo de salud y pueden quedar imposibilitados de seguir con la pesca, algunos por edad avanzada naturalmente no poseen más energía física necesaria para encarar las duras condiciones de la pesca. Las políticas públicas que deberían promover las garantías básicas al pescador como un seguro por enfermedad o una jubilación, prácticamente no existen. La realidad del pescador es de las más difíciles. Imagínese adentrándose al mar apenas con un bote a vela, pasando días debajo del sol intenso, lluvia, viento y marea, hacer fuego y cocinar, dormir, navegar, luchar con un pez grande, dia y noche, lejos de la familia y de tierra firme.
Justamente por ser un trabajo árduo y que debería ser valorada, la profesión del pescador, por encima de todo es un conocimiento ancestral, pasado de generaciones en generaciones por centenares de años, formando un conjunto de técnicas de alta complejidad y con profunda conexión ancestral.
El pescador sale para navegar las paredes y pescar albacora (pez espada), saliendo en el medio de la oscuridad de la madrugada, interpretando la marea, guiándose por la luz del continente, cada vez más pequeña y más distante, cambiando el bote y mojando la vela para ganar el viento, encendiendo el fuego con coco seco y carbón en la olla, cocinando moqueca (sopa típica nordestina) con agua de mar, el balanceo del mar, el desayuno, el pescado, la cena. Conseguir mantener en pie el bote con el balanceo incesante del mar ya es un arte en sí, dominado con destreza y naturalidad por los pescadores.
Después de muchas horas, el color del mar cambia y se ve mucho más lejos el continente, una línea fina en el horizonte. Llegan las paredes, un precipicio oceánico donde se hace la pesca de peces mayores y más veloces, de carne más noble, como la albacora, el badejo, el dentão, entre otros. El cebo de la albacora es hecho con una astilla de la piel de la panza de la propia albacora, que al ser arrastrada en las líneas parece una sardina nadando lejos del cardumen. Al estirar las líneas amarradas en las extremidades del bote y de la vela, son arrastradas en la marea sin fin, donde la profundidad es de miles de metros, estirando y corriendo con el bote de viento en popa, enganchando las albacoras en el medio del veloz cardumen, una a una hasta llenar el depósito. Se duerme debajo del casco del bote en un colchón forrado, la orientación visual se da por la figura casi mínima del continente en el horizonte, alrededor todo es mar, de una profundidad infinita.
La vuelta no es cuando se quiere, el regreso se da con el barco lleno de pescados, puede durar días. Y no es en línea recta y directa, es el viento el que manda, cambiando, en zig zag, descendiendo y volviendo, puede llevar horas el retorno, paciencia y precisión es lo que el pescador tiene, que cuando pisa en suelo firme no se deja llevar por el balanceo de la marea.
Lamentablemente la modernidad continúa con oprimir la tradición. Traer un pescado y venderlo enseguida, por un valor cada vez más bajo y encima tener que competir con los grandes proveedores, arriesgando la vida en el mar y jugando con la muerte terminan desmotivando la continuidad de la pesca artesanal.
Las dificultades actuales crean también un problema social y de salud pública, pues toda vez que existe el ócio y la falta de perspectiva, surgen también mecanismos de fuga como por ejemplo el alcoholismo, que puede tomar proporciones mayores después de un tiempo, afectando la salud física y familiar de todos los involucrados.
Hoy en día los pocos botes de pesca que aún quedan en el puerto de Tibau do Sul y de la playa de Pipa son de los más tradicionales pescadores que aún tienen salud y que se resisten a cambiar su estilo de vida. Aunque no haya hoy una función de subsistencia relacionada con la pesca, ellos lo hacen ya que se sienten vivos y conectados con el pasado y con su identidad más profunda.
Ser pescador no es sólo un arte, es también un modo de vida, de pensamiento, un conocimiento ancestral valiosísimo que no puede ser perdido. El conocimiento sólo puede ser transmitido de padre a hijo, de maestro a discípulo, en la práctica y del modo más brutal y real.
Ser pescador es honrar una clase en extinción, de hombres valientes, en conexión total con la naturaleza y con el balanceo del mar que llena y que vacía, con los vientos que soplan y con las olas que los empujan.
Por Isaac Ache. Texto original publicado en la Revista Bora - edición 13 - Ago / Sep 2015